Siempre he pensado que la muerte comporta algo emocionante (muy personalmente enfocado) porque creo que por fin me enteraré de cómo funciona realmente el universo, todos los que en él habitamos… sus misterios… pero últimamente voy descubriendo que me parece más emocionante mirar dentro de mí y descubrirme.

Así de contundente.

Un acto tan sencillo como observar mis emociones en plena efervescencia o en la paz, estar presente en una conversación y cada vez más sentir la necesidad de escuchar, de reflexionar y no decir, realmente me hace sentir viva.

Por supuesto que sé de dónde me viene esta secuencia de visión de vida: estudié 14 años en un colegio católico y salí de allí budista. Pasé de creer que en esta vida teníamos que vivir en crucifixión (la culpa, la no asertividad, el miedo a Ser) a descubrir la gratitud en todo y más en la pérdida, sea cual sea su procedencia. También dejé de creer en ídolos y confiar más en mi Ser superior.

Ahora es cuando comienza realmente mi viaje por la vida. Llevo una brújula que señala en sus cardinales el humor, el amor, la coherencia y otro que va cambiando según la atmósfera, además de un talismán.

Bienvenidos al viaje de Penélope (Ulises se quedó en casa tejiendo).