Tengo la extraña costumbre de comenzar a leer todo desde el final: los libros (¿Quién imaginó “100 años de soledad” aunque se leyese el final, por ejemplo?), los periódicos, las revistas…

Cuando estudiaba la secundaria también. El día en que mi madre me compraba los libros del año que cursaría me leía los finales para ver a donde llegaría al final de curso. Incluso las películas que comienzan por el final como “Sospechosos habituales” ejercen sobre mi una fascinación total en mi historial de finales.

Esto no significa que me quite el encanto de la trama, al contrario! me da más curiosidad todavía y cuando comienzo a leer y llego al final me sorprendo de nuevo. Por el camino voy teniendo varios momentos de serendipia como “¡ah! con razón esto, ¡ah! con razón lo otro” que no habría logrado tener de hacerlo de la manera convencional. Creo que se debe a mi intensa capacidad de establecer conexiones o vinculaciones.

Esta costumbre por supuesto se refleja en otras dimensiones de mi vida. Sobre todo en la de pareja.

Me encanta descubrir a la persona de la que me estoy enamorando. Cada día es un día perfecto para conocerlo, leer entre líneas aún en el silencio y en la quietud. Con su mal humor o con su risa, con todo lo que es y aceptarlo porque vivir en el amor es así.

Para conmigo sucede al contrario…

Cuando se trata de mi, caen rendidos al principio. Les encanta mi humor, mi inteligencia y mi dulzura. Aparte, mi creatividad, mi cultura y algunas dimensiones más. Hasta aquí, todo es honeymoon. Pero a lo largo de la relación, como es lógico aparece mi diosa Kali que ¡es completamente normal en su naturaleza! Necesito mi lado oscuro o mi lado de aceptación de que no soy perfecta. Esto lo llevo con total normalidad pero el chico en cuestión… para nada. En Absoluto. Y no es el único. Lo he notado en las parejas de mis amigas cuando me cuentan sus historias.

Mientras (por mi parte) voy creyendo que la relación se va construyendo a base de amor, de querer estar, de aceptar, de enamorarme cada día, de vivir con humor, el chico en cuestión se va adentrando en un estado de malestar diario  y que va descubriendo gracias a su necedad de poner listones emocionales, intelectuales, etc. para pretender que yo salte la pértiga cada vez que el se siente frustrado con su vida y además están quienes se ponen olímpicos con esto.

Entonces he ideado un plan: he diseñado una tarjeta de presentación que entrego el mismo día en que me conocen, con ello viene la información final y así nos ahorramos tiempo y decepciones.

Una vez conocí a un coach que me dijo: “Si me cae bien la persona, le pido su número de teléfono. Si lo veo muy neurótico, le doy mi tarjeta” y esto, amigos, ¡me pareció genial!

Comencemos la historia por el final y así, si decidimos entrar, nos sorprenderemos de las cosas buenas que iremos descubriendo, disfrutándolas, viviéndolas a plenitud. Las “malas” serán un ejercicio de diálogo y redimensión porque era algo que ya conocíamos y aceptamos nuestra co-responsabilidad en la producción: Yo te lo mostré y tú lo aceptaste.

Les presento como sería mi diseño personalizado y quienes quieran también una para si mismos, me escriben y lo conversamos. No se trata tampoco de soltar todo el lado oscuro (esto también hay que dejarlo para un poco -o bastante- de sal y pimienta en la relación!), pero si aquello que puede influir en los pilares que sostienen una relación y que en mi caso, han sido motivo de separación (Por cierto, están en riguroso orden cronológico de desencanto).

Esta idea tiene ya algún tiempo rondándome la cabeza. Hace unos años, recuerdo que una vez salí a una primera (y última cita) con un chico alemán y me di cuenta de que con una sonrisa encantadora me estaba haciendo un check-list para ver si era de su conveniencia. Cuando me di cuenta de esto en la mitad de la conversación, le dije que necesitaba ir un momento al lavabo y cogí mi abrigo y mi bolso y me desaparecí con el primer taxi que pasó. No comprendo como no le pareció raro que me fuese con todo mi ajuar a “refrescarme”. Por supuesto, a partir de ese día no me saluda cuando nos encontramos pero es que de verdad me pareció en ese momento tan, tan práctico que no le vi el romanticismo por ninguna parte y perdí todo, absolutamente todo el interés de estar un minuto más en esa evaluación y con ese chico. Y menos yo que soy caribeña.

Ahora con los años he comprendido un poco su visión y reconozco que tenía algo de razón. Me di cuenta de esto porque he conocido una persona maravillosa. Alguien que de verdad admiro en toda su dimensión y mientras él también reconocía mi lado encantador, constantemente yo tenía el impulso de decepcionarlo y creánme… no se trata de falta de autoestima. Se trata ya de pragmatismo. Por supuesto que acepté con todo el amor que me tengo a mi misma su buen reconocimiento de mi (¡no seré precisamente yo la que le lleve la contraria en esto!) mas si reconozco que la idea de mi tarjeta rondaba por mi cabeza y, aunque por dentro me sonreía, la verdad es que no lo encontré muy fuera de lugar. Al contrario, de un sentido común total… así que amigo alemán, gracias por tu introducción en el mundo de la eficacia romántica.

P.D. Por cierto… en alguna oportunidad me dedicaron esta canción